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“El mundo del trabajo se beneficia de los conocimientos estéticos, filosóficos y sociológicos”

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Fecha: 
9 Julio, 2019

Fuente:

Autor: 
Denisse Hanna

En el marco de la Semana de Acción Mundial por el Derecho a la Educación, evento que tuvo lugar el pasado junio en Bolivia, el escritor y activista costarricense, Vernor Muñoz, conversó con el proyecto Formación técnica profesional acerca de la calidad en el ámbito de la educación y formación técnica.  Muñoz fue Relator Especial de Naciones Unidas sobre el Derecho a la Educación (2004-2010) y a la fecha es Director de Políticas e Incidencia de la Campaña Mundial por la Educación (CME) y nos motiva a darle una mirada más humanística y repensar la calidad y la formación para el mundo del trabajo y otros indicadores frecuentemente citados.

¿Qué es calidad educativa?

De acuerdo con Muñoz, el término calidad fue importado del mundo de la industria y la producción de bienes, y luego trasladado al ámbito educativo y se lo vinculó con el desempeño escolar. Bajo este concepto, se debería suponer que si un estudiante tiene un buen desempeño se debe a la buena calidad de educación recibida, apreciación que, asevera, resulta falaz.

El experto considera que, desde esta óptica, se aprecia la calidad educativa como reduccionista y que la educación, basada en derechos, no cuenta con una lógica de producción o consecución de bienes en específico.

“La educación de calidad incluye la preparación de las personas para que puedan cubrir sus necesidades que no necesariamente están vinculadas al mundo del trabajo y que tienen que ver con sus culturas, sentimientos, sensaciones y con el placer de conocer el significado de disfrutar estéticamente de la vida”, afirma.

Muñoz sostiene que, para definir calidad educativa, primero se debe establecer cuáles son los fines de la educación, que desde una visión de derechos humanos, pueden asumirse como la construcción de conocimientos, que incluyen habilidades y destrezas para dignificar la vida, pero también para que las personas puedan emanciparse del dolor y de la opresión. “Una educación que no cumple con sus fines, es una mala educación”, puntualiza.

Pero ¿cómo medir la educación de calidad?

Muñoz especifica que primero se debe rescatar que las valoraciones estandarizadas no aplican para medir una educación de calidad y que “los indicadores deben incluirse a partir de las culturas propias y por eso el gobierno boliviano hace bien en promover las calidades de la educación, porque no pueden ser las mismas en todos los contextos”.

Formación técnica y trabajo

El mundo del trabajo se beneficia de los conocimientos estéticos, filosóficos y sociológicos de los estudiantes y supone una serie de destrezas y habilidades que no precisamente son de orden pragmático o materias concretas, espacio que también puede ser potenciado.

Según el experto, se debe diferenciar claramente la preparación concreta para el trabajo -que requiere de habilidades técnicas, mercantiles y comerciales- de los denominados conocimientos blandos, que incluyen el razonamiento abstracto, apreciación del arte y otros que benefician la construcción de ciudadanía, una dimensión de carácter político-civil que permite relacionarse a las personas de manera solidaria, justa y equitativa en sus comunidades.

Muñoz asegura que estas dimensiones son concomitantes y concurrentes y que se relacionan en la práctica, pero que no son lo mismo, y que no se debe subordinar la formación técnica a las relaciones mercantiles, puesto que el problema de la educación radica cuando se reduce la educación a solo un punto de vista técnico o tecnológico, sin incluir la dimensión humanística que la educación debe proporcionar o facilitar. 

Entonces, expone, el problema puede consistir en la subordinación de la formación a las relaciones mercantiles y de trabajo, donde se considera que la educación técnica está sujeta a un encasillamiento socio-productivo que los condena a la negación de oportunidades de otro tipo. 

Con respecto a la educación dual, el entrevistado indica que se trata de un ejemplo paradigmático, puesto que se la responsabiliza de conducir a los estudiantes a vincularse con empresas productivas cuyos instructores carecen de orientación educativa, condenándolos a oficios mal pagados a partir de experiencias que pueden ser muy buenas, pero que no les ofrecen oportunidades para seguirse desarrollando.

¿Qué noción tenemos del mundo del trabajo?

Existe un peligro implícito en la formación técnica, pues ésta puede ser conducida para formar empleados y, por lo tanto, para satisfacer los intereses de los empleadores, casi eligiendo de antemano el destino de las personas, asegura Vernor.

En este contexto, puntualiza, se debe definir de qué tipo de trabajo se está hablando, por tratarse de un concepto amplio, pues generalmente se relaciona el concepto de educación para el trabajo con jóvenes vinculados laboralmente a comercios o  fábricas. Además,  asegura que la empleabilidad no implica necesariamente un mejoramiento de la calidad de vida.

Afirma que ser empleado de un comercio o fábrica no es malo, pero que sí resulta negativo predeterminar el futuro de las personas obligándolas a dedicarse a esas actividades. “Por lo tanto, si el mundo del trabajo es construir mano de obra -muchas veces mal pagada- o calidad de trabajo muy cuestionable, creo que debemos rechazar esa noción”, dice.

Innovación

Sobre un tema en boga, Muñoz nos explica que la innovación es una categoría abierta y abstracta y que, desde una visión de derechos humanos, las innovaciones que serían positivas son aquellas que permitan a chicos y chicas con capacidades diferentes acceder a la educación formal desde un sistema que promovió, históricamente, el rechazo a lo diferente y la estandarización.  Asimismo, incluye, que la mirada prevaleciente sobre innovación tiene que ver con la dinámica del capital donde los bienes y servicios pueden colocarse de manera más eficientemente e indica que esta mirada es problemática.